26.6.10

Cuba Libre

Bienvenido a Cuba


La plaza de la Catedral parecía un mini mercado. Mesas de café en las veredas y sombrillas sobre cemento en puestitos con artesanías que se repetían por todo el circuito turístico de la isla. No había mucho para ver. Las catedrales no son muy interesantes, salvo para el cristiano fiel, el turista medio o el estudiante de arquitectura. En fin la casa de dios es igual en todos lados.

Me separé de mis viejos. Caminé por la angosta y abalconada calle San Ignacio con la real intención de perderme en la ciudad. Pinturas color caribe a precio dólar colgaban de las paredes húmedas. Iba mirando como un nene la altura de las palmas, las tejas roídas de los techos, el avatar turístico y el culo redondeado de las cubanas. Después de unas quince cuadras de comunismo en mal estado llegué hasta una avenida ancha que costeaba al malecón. Me senté en un banco, sobre un pasaje viejo con hileras de álamos y una fuente con una columna blanca de mármol en el medio. El sol iluminaba casi toda la bahía y se reflejaba sin mucho brillo sobre el agua algo turbia. Solo un barco salía desde el puerto y el Atlántico mostraba en lo bajo unas nubes grises algo azuladas que prometían lluvia. Saqué la libretita verde y la lapicera de la mochila y frente a un cartel me puse a anotar el nombre del lugar en donde estaba: Alameda de Paula. Al anotarlo lo dije en voz alta y una piba, mulatona hasta las entrañas, que estaba sentada leyendo, me dijo:

- Es el paseo marítimo más viejo de la ciudad.
- ¿Ah si? – pregunté.
- Si. Pero solo eso es lo que se. Más no preguntes.
- ¿Tu nombre? ¿Te lo puedo preguntar?
- Si. Me llamo Yuliet. Yuliet Mara.
- ¿Julieta?
- No. Yuliet con i.
- Cuantos nombres con i griega que hay acá en Cuba.
- Si ¿Y tú, que eres…argentino, no?
- Si, si.
- ¿Y como te llamas?
- Luciano.
- ¿Y que es lo que haces aquí en La Habana?
- Vine de viaje. Con mis viejos. Mis padres. Pero andan por otro lado, yo salí a caminar. Me quería perder un poco por las calles…para conocer.
- ¿Y andas perdido?
- No. Bah…más o menos. En realidad, si. No se donde estoy, pero se como llegué.
Yuliet se rió y una sonrisa blanca como un hueso le partió la cara en dos. Después dijo:
- ¿Quieres que te diga como volver, o te acompañe?
- No, no –dije- después preguntando vuelvo, todavía no.
- ¿Quieres caminar por aquí? O vas a descansar.
- Ah eso si. Estaría bueno caminar un poco así me contás cosas.
- Mira que de Cuba solo sé poco.
- Mejor…guía turístico no quiero. Por eso no estoy donde están mis padres.

Quedaba algo de sol en la ciudad pero las nubes ya casi estaban sobre nosotros. Caminábamos volviendo por Mercaderes hacia el corazón de La Habana Vieja y comenzaron a caer las primeras gotas. Un calor pegajoso, denso, subía desde el asfalto caliente que empezaba a mojarse. Yuliet, con gotitas que le brillaban en los párpados de piel mulata, dijo:

- Que has venido justo en la época de iuvias…pero ahorita corta.

Caminamos despacio bajo una lluvia tibia que hasta resultaba cómoda y hablamos de los nombres con i griega, de la rumba, del clima, de lo poco que entiendo del comunismo, del ron, de Cortázar, de lo mucho que no entiendo de la democracia, del Che, de Guillén, de dos países muy iguales, pero muy distintos.

Entre el colonialismo de la geografía en las callecitas habaneras y la sonrisa repetitiva de Yuliet, que reía muy fácilmente, sobre todo de mi tonada, mis palabras y la forma en que las pronunciaba, llegamos a la esquina de la calle Obispo:


- Mira, aquí vivió Ernest Hemingway – dijo Yuliet apuntando con la mano derecha hacia un edificio rosa, medio anaranjado, de cuatro pisos, anchas columnas y estilo colonial- es el hotel Ambos Mundos.
- ¡Ahh mirá, acá es! – dije algo entusiasmado.

Estaba entre mis “lugares de interés” hacer una visita al hotel Ambos Mundos, o una pasada por la puerta, que en fin resultaría suficiente. Pero con el afán de perderme entre las calles y encontrar personajes no-fiction, me había olvidado.


- “Es un muy buen sitio para escribir” decía Hemingway. Acá escribió gran parte de “Por quién doblan las campanas” –dije- Lindo ambiente para hacer literatura. Aunque no lo usaba para nada.
- Quien si aprovecha su ambiente, y es más beio que éste, es Pedro Juan Gutiérrez. No es más beio, más rico.
- Pedro Juan Gutiérrez. Leí algunos poemas por Internet y me gustaron mucho. ¿Dónde vive?
- En Centro Habana. Es el centro de la ciudad. Bastante similar a aquí. Pero no es muy turístico. No tienes nada para ver
- Mejor… ¿Y es muy lejos?
- No mucho. Podemos ir en cameios, son más baratos. O en guagua.

Hicimos la cola para viajar parados porque era la más corta y subimos a un camello. Un transporté público extraño surgido de la mezcla entre un camión y un colectivo. El chasis de un Mercedes Benz que por acoplado tiene a un vagón con butacas y espacio para muchísimas personas paradas. Pagamos los centavos que correspondían por nuestro viaje y nos acomodamos apretados entre la gente. El camello es un transporte que no entra en los folletos del circuito turístico. La mayoría de las personas, carne de pueblo, parecía tener los ojos tristes pero lo contradecían con la sonrisa. Fuimos hablando sobre los nombres raros que había en la isla y enseguida llegamos a Centro Habana. Había parado de llover y el cielo estaba sin nubes, rojizo por los últimos rayos de sol que se escapaban hacia el mar caribe. El calor era pesado y húmedo por la poca lluvia que había caído. Bajamos y en el barrio se encendían las primeras luces. Me acordé de Buenos Aires, de Once. Gente de todos los colores caminaba por las calles. Pibes, mestizos, travestis, parejas, mulatas, prostitutas, borrachos, negros, trabajadores. Mucha mugre. Olor a vida, a agua estancada, a humo de puro, a sudor de ginetera, a ron barato. Y sobre todo mucha rumba. Mucha rumba suelta.

Como un nene me quedé mirando al barrio moverse mientras se hacía de noche y tomábamos una cerveza sentados sobre la pared del malecón. Algunas olas rompían y nos salpicaban la espalda. Yuliet me miró. Rió con esa sonrisa blanca que le cortaba la cara en dos. Me agarró la mano derecha en que brillaba mi pulsera del hotel con la inscripción: all inclusive, y me dijo:

- Bienvenido, bienvenido a Cuba, Luciano.

L.T.(Fader)