28.4.09

Caicedo...





'Sin amigos no sirven mis palabras'

Hoy Andrés Caicedo me hace falta...

27.4.09

Regalo de Na -2

N: -Lo último que te mando, lo prometo.
A: -A ver...
N: -Pero me fue inevitable acordarme de vos...
N: -Y éste a tan solo 17 kb, ojo.
A: -Jaja, sos grosa, conseguís lindas ofertas.

Regalo de Na


N: -Te regalo este cuadro que me gustó y me voy. Buenas noches.
A: -¿De quién es?
N: -De nadie conocido, pero es parecido a Kandisky.
A: -Gracias, muchas.-
N: -De nada, costó nada mas que 54 kb.

Objetos perdidos... Perdí

El siglo veinte, que nació anunciando paz y justicia, murió bañado en sangre y dejó un mundo mucho más injusto que el que había encontrado.

El siglo veintiuno, que también nació anunciando paz y justicia, está siguiendo los pasos del siglo anterior.

Allá en mi infancia, yo estaba convencido de que a la luna iba a parar todo lo que en la tierra se perdía.

Sin embargo, los astronautas no han encontrado sueños peligrosos, ni promesas traicionadas, ni esperanzas rotas.

Si no están en la luna, ¿dónde están?

¿Será que en la tierra no se perdieron?

¿Será que en la tierra se escondieron?


Eduardo Galeano, Espejos, una historia casi universal.


¿Y vos?

¿Y yo?

¿Dónde estamos?

¿Dónde estás?

¿Nos perdimos?

...

Hoy te extrañé.-



4.4.09

Festival Comunitario de Video Juvenil


Viajar no es viajar y nada más


‘Mis certezas desayunan dudas. Y hay días en que me siento extranjero en Montevideo y en cualquier otra parte. En esos días sin sol, noches sin luna, ningún lugar es mi lugar y no consigo reconocerme en nada ni en nadie. Las palabras no se parecen a lo que nombran y ni siquiera se parecen a su propio sonido. Entonces no estoy donde estoy. Dejo mi cuerpo y me voy, lejos, a ninguna parte, y no quiero estar con nadie, ni siquiera conmigo, y no quiero, ni quiero tener, nombre ninguno: entonces pierdo las ganas de llamarme y ser llamado.’ Las Pálidas, Eduardo Galeano, de El Libro de los Abrazos. Y Juan Desouza se va, o quizás leyó a Galeano y se fue. El asunto es que a veces uno tarda en darse cuenta de que estamos de paso. Y se produce el sufrimiento de una experiencia humana inevitable: el paso del tiempo y las transformaciones que provoca en el cuerpo (y en el alma).


Y viajar, viajar nos permite lo contrario quizás, detener nuestro tiempo, darle paso a otro lugar y otro tiempo, para luego volver al tiempo de uno y volver a ser uno y no otro en otro lugar y otro tiempo (¿me explico?). Porque el viaje lo cambia a uno, lo lleva a un movimiento interior que va mucho más allá del movimiento físico. Y ahí es cuando uno emprende la vuelta, volver para redescubrir nuestro contacto con la vida. El viaje nos deja escapar, escapar de uno mismo y hasta de los demás. “El viaje es transferencia: el cuerpo deviene algo que era o que ya no es, por un lado nos guía de regreso a nosotros mismos, por otro nos ayuda a surgir hacia fuera. Los cambios externos, y con ellos, la profundidad. En este sentido, la cáscara es también el corazón.”, relata Charles Grivel en Travel Writing.


Juan Desouza viaja dos veces en un mismo tiempo. Es un abogado de 46 años que se entera de que su esposa está embarazada. Tras ocuparse como todas las noches, de cuidar y bañar a su padre postrado, emprende una de sus habituales visitas profesionales al interior del país, en este caso a la ciudad entrerriana de Victoria. Sin embargo, a partir de la muerte de un pasajero del micro en el que él viajaba, y en medio de una sensación de gran confusión interna que lo obliga a tomar otra perspectiva de su vida, el protagonista decide hacerse pasar por otro (y después por otros) y no regresar a Buenos Aires por un tiempo. En las desoladas calles de la ciudad, Juan recupera los instintos vitales primarios, se conecta con la naturaleza, sufre el miedo de sentirse perdido en la noche y tiene un apasionado encuentro con una mujer del lugar. Y todo porque en este caso, les cuento de Juan, pero las cosas que pueden suceder en un viaje, las cosas que nos pueden cambiar en un viaje, son muchas. Cada viaje va direccionado por los ojos y los pies de quien lo mira y lo camina. Y nadie más. La experiencia del viaje es más interior que exterior. El viaje es una experiencia individual, desde los ojos que eligen mirarlo. En el viaje uno se puede dar el lujo de experimentar lo que le sucede liberado de su identidad, como hizo Juan. Aunque ser otro, viajar, no nos libera del paso del tiempo, ni de sus manifestaciones en el cuerpo y en el alma, ni de nuestras obligaciones, ni de la rutina de todos los días, ni a Juan de tomar conciencia de su padre que se está despidiendo, ni de su hijo que está por venir. Viajar nos deja tomarnos una suerte de descanso de nuestro propio ser y animarnos a jugar con la posibilidad de que uno no es sólo uno, uno también es el lugar de uno. Tomar un identidad prestada, jugar durante un tiempo a que somos otras personas, en un lugar desconocido, con gente que no nos conoce y que tampoco conocemos, caminando por calles que no sabemos hacia donde nos llevan, pero igualmente dejando que nos lleven. Así podemos olvidarnos un poco de nosotros, y desde el lugar del otro ponernos en contacto con lo que nos pasa en nuestro interior. Quizás no serían las palabras justas “transformarse en otra persona”, sino preservarse detrás del anonimato, y aprovechar esa suerte de tiempo detenido que paradójicamente nos permite estar más cerca de uno mismo. Viajar es un estado de despego interno, correrse de la propia sombra.

“Y aquél fue un momento inequívoco de mi vida, el más extraño momento de todos, en el que no sabía quién era yo mismo: estaba lejos de casa, obsesionado, cansado por el viaje, en la habitación de un hotel barato, que nunca había visto antes, oyendo el crujir de la vieja madera del hotel, y pisadas en el piso de arriba, y todos los ruidos tristes posibles, y miraba hacia el techo lleno de grietas y auténticamente no supe quién era yo durante unos quince extraños segundos. No estaba asustado, simplemente era otra persona, un extraño…” esto le sucede tanto a Jack Kerovac-En el camino, como a Juan en un hotelucho de Victoria. “No conozco a nadie, nadie me espera, no sé qué hacer - ¿Qué voy a hacer mientras tanto? ¿Qué estoy haciendo en un lugar tan ajeno? ¿Quién me manda? ¿Cómo voy a hacer para enterarme de algo? – Ahora ya sé que de todas maneras, de alguna manera, todo termina por funcionar, pero igual me desespero en esas primeras horas en que algunos lugares parecen demasiado grandes, ajenos, inabarcables” cuenta Martín Caparrós en Larga Distancia. Al viajar y al sentirnos extraños, atravesamos diferentes estados de ánimo que nos dejan una forma especial, particular de percibir el mundo, o al menos el “mundito” que en ese momento vivenciamos, y de conocer la existencia y la conciencia del cuerpo y del tiempo durante el viaje.


En el viaje nos pasan muchas cosas, a veces intensas, otras no. Nos podrán decir que somos viajeros o caminantes, que no, que somos apáticos, que somos cómodos, que somos inquietos, que huimos del campo y de la ciudad, o que huimos del mundo y de la ciudad refugiados en el campo. Y podemos no ponernos de acuerdo. Seremos viajeros, o no, erráticos y errantes, inquietos o inquietantes, pero somos personas con diversas paranoias externas e internas, humanos antes, y por eso seres pasionales, que eligen viajar o no, o quedarse siempre en un lugar porque como dice Herman Melvilla en Moby Dick: “No figura en ningún mapa, los lugares verdaderos nunca están.” Y puede que no nos guste viajar, que nos moleste, lo dice Jorge Monteleone: ‘el mundo, hoy, mañana, siempre, nos hace ver nuestra imagen’. Y hay momentos en que se hace difícil aceptarla, dejarla ver. Y ahí encuentro el problema de los viajes (o puede no ser un problema), o más que de los viajes, de los viajeros; al viajero le cuesta ver lo que somos desde el lugar del otro, desde otro lugar o desde ningún otro lugar. Porque como alguna vez dijo Dolina: “Las grandes distancias me enseñaron a ver mejor la esquina de mi casa”. Y yo aprendí que en vez de extrañarme por lo que es, extraño sentir lo que soy cuando estoy en ella, de verme en ese instante, en ese lugar, en esa esquina, mi esquina.